La «muerte» del papa: Bergoglio apura las reformas

Siempre ha resultado interesante hablar de las intrigas del Vaticano. Por ser tales, para hacerlo, solo basta echar a rodar una especulación

Es probable que alguien, desde los intestinos del Vaticano, quiera matar al papa. También lo es que no, que nadie quiera que termine de esa forma, en medio de una serie de reformas iniciadas, ya que el hecho no suspendería su ejecución sino que lo transformaría en un mártir, en un ícono.

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Siempre ha resultado interesante hablar de las intrigas del Vaticano. Por ser tales, para hacerlo, solo basta echar a rodar una especulación, un prejuicio, un dato que contenga una porción de realidad para generar una historia taquillera. Hablar de ello no requiere de rigurosidad periodística, sino de un toque literario. Ni siquiera de esto último: con una dosis de cinismo bastaría.

A principios de junio, luego de recibir al presidente de México, Enrique Peña Nieto, Jorge Mario Bergoglio dijo en público: “Los bendigo y rezo por ustedes, y les pido rezar por mí, porque yo también tengo que hacer mi juego que es el juego de ustedes, ¡el juego de toda la Iglesia! Recen por mí para que pueda hacer este juego hasta el día en que el señor me llame con él. Gracias”.

La segunda vez fue de regreso a Roma desde Corea del Sur. En esta última y cercana oportunidad el pontífice argentino fue mucho más explícito. Al hablar con los periodistas en el avión, durante una hora, dijo: “Interiormente trato de pensar en mis pecados y en mis errores para no creérmela, porque sé que esto va a durar dos o tres años y después llegaré a la casa del Padre”.

El papa no está enfermo y exhibe una lucidez impecable, por lo que nadie sospecha que pueda estar refiriéndose a una dolencia terminal.

Su mensaje pudo ser un pensamiento espontáneo, verbalizado ante nada menos que periodistas, que lo han viralizado en el mundo entero. Tiene 77 años y los achaques propios de esa edad: le cuesta caminar largas distancias, por eso ha suspendido o remplazado procesiones por transitarlas en un vehículo. E indudablemente, sufre de los extremos climáticos: calor y frío. Normal.

¿Qué dicen las personas más cercanas al papa? Monseñor Guillermo Karcher es su ceremoniero. Está en Roma desde mucho antes de que Bergoglio se transformara en Francisco y fue, de hecho, quien primero llegó al balcón de la basílica de San Pedro cuando fue ungido papa. Consultado sobre la salud del papa, de la que cada tanto se echa a rodar alguna versión tremebunda, le dijo a MDZ: “El papa está fenómeno; es mentira que tiene problemas de salud”. Admitió que, “como a cualquiera de nosotros, le duele un poco la cintura cuando recorre la plaza se agacha, levanta chicos, saluda enfermos. Es lógico”, dijo.

Georg Gänswein (foto, abajo, con el papa y el autor de esta nota), secretario de dos papas, de Benedicto y Francisco, enlace entre ambos, lo afirmó sin recortes ni interpretaciones: «El papa Francisco -dijo- se está viendo expuesto a una presión enorme debido a las expectativas que ha despertado. Desgraciadamente, a esto han contribuido algunas indiscreciones. Si no se satisfacen esas expectativas, la situación podría cambiar rápidamente».

El pontífice podrá ser para los católicos la representación de Dios en la Tierra, pero es un ser humano con dos tareas “infernales”: ser un jefe de Estado en un pequeñísimo país con problemas de corrupción y financieros y controlar la Iglesia Católica en todo el mundo, con su medio millón de religiosos, sus diversas corrientes, tendencias y posesiones terrenales.

El asunto es que probablemente a algún sector opuesto a sus reformas le interese difundir la versión contraria, además de la simple idea de lo efímero de un poderoso, tienta y “vende”.

El papa argentino ya ha sufrido algunas zancadillas en su desempeño. Es el papa, es cierto. Pero quienes lo rodean están desde mucho antes que él en Roma y se irán, muy probablemente, después de que él lo haga. Atornillados en el poder hay no solo cardenales, obispos y sacerdotes que responden a intereses más terrenales que celestiales y también los periodistas acreditados en la Santa Sede: ya tienen a sus preferidos, sus contactos, sus versiones, sus corrientes en torno a cómo informar qué cosas y de qué manera.

Por lo menos en cuatro oportunidades en un poco más de un año de papado de Bergoglio se lanzó la versión de que estaba enfermo, sin precisiones en torno a su presunto padecimiento y, además, dejando puntos (demasiado) suspensivos: el mejor condimento para una versión maliciosa.

Un dato extra es que en la audiencia del 6 de agosto se le echó la culpa al calor para “encerrar” al papa Francisco en el salón Paulo VI, aunque estaba todo listo para que saludara a los miles que van cada miércoles a su Audiencia General en la Plaza de San Pedro. El papa se sorprendió por la decisión tomada desde una oficina de la Secretaría de Estado. Algún burócrata quiso que apareciera enfermo y alejado de la gente. Y, además, le avisó que las pantallas gigantes de la plaza, frente a la basílica, no funcionaron, cuando lo habían hecho perfectamente el día anterior cuando saludó a 50 mil jóvenes alemanes.

Pero una interpretación en torno a por qué él mismo lanza la primera piedra para que hagamos estas especulaciones es su “apuro” por avanzar en una iglesia que prefiere caminar lentamente y que, en muchos casos, rechaza los “nuevos aires” y se burla de la popularidad de su jefe.

El papa puede estar avisando de que hay que avanzar aún más rápido con los procesos contra los curas que han cometido delitos, algo que inició y no pudo concluir Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. O con la tarea de saneamiento del “Banco Vaticano”, el IOR (foto, ingreso al edificio), el único gran factor de poder real que posee la Ciudad Estado y que primero el papa renunciante y luego Francisco, terminaron por sacar del ostracismo para someterlo a los controles financieros que representan un golpe en la nuca a los viejos “banqueros del Vaticano”.

Las reformas de la iglesia, fundamentalmente en sus mecanismos de funcionamiento, vienen siendo aplazadas por la comisión de los ocho cardenales de confianza del papa y el secretario de Estado Parolin desde enero. Van rápido en su evaluación de lo que hace falta “aggiornar”, pero lento para los tiempos que Bergoglio, al fin y al cabo un jesuita, con todo lo que ello implica, quiere imprimirles.

¿Alguien está pensando en matar al papa? Tal vez. ¿El papa cree que alguien quiere matarlo? Nunca lo sabremos si él no lo dice expresamente, y no lo ha dicho. Simplemente está avisándole a todo el mundo que es un hombre mayor, que quiere hacer cosas y que, si lo frenan, no podrá hacerlas.

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